
«SOLO ES UNA FASE»
¿Te han dicho eso antes? A mí me ocurrió a los catorce años.
Leyendo una revista, me topé con un artículo que hablaba sobre una corriente estética fascinante que despertaba el deseo de seguir sus pautas.
A esa subcultura la llamaban «Emo».
Había quedado con unas amigas y, al verme aparecer vestida de negro, con un peculiar maquillaje ahumado, la sorpresa fue mayúscula. Lo mismo les pasó a mis padres, aunque le restaron importancia.
En ese instante, escuché a mi madre pronunciar la famosa frase.
Salí por la puerta esbozando una sonrisa premonitoria. Intuía que, en lugar de ser una moda pasajera, esa decisión definiría mi personalidad a largo plazo.
La manera que tengo de entender la vida siempre se ha alejado de la normalidad, aborrezco los prejuicios y siento alergia a lo convencional desde una edad temprana.
No esperaba lo que vendría después.
Pese a que llevábamos uniforme, alguien del instituto me vio por la calle luciendo esa renovada imagen y no tardó en correrse la voz. De pronto, me había transformado en un verdadero bicho raro. Entonces llegaron las burlas, los cuchicheos y la incomprensión.
Tenía dos opciones:
- Ponerme una máscara con el fin de procurar su aceptación.
- Mantenerme fiel a mí misma, con las consecuencias que eso conllevara.
Elegí la segunda y no me arrepiento, aunque fue duro. No es sencillo gestionar la soledad en plena etapa de crecimiento; afecta al carácter y también a la autoestima.
Hasta que, gracias a un foro de Internet, advertí que existían otros como yo: los distintos, los inconformistas, los maravillosamente extraños.
Al relacionarme con gente que no me juzgaba, supe que no hay nada más valioso que la autenticidad y que es recomendable volverse invisible para determinadas personas a cambio de no pertenecer al rebaño.
«VIVE EN SU MUNDO»
Usaban esta afirmación otorgándole tintes negativos pero la interpreté como un gran halago. ¿Qué mejor sitio que ese para vivir? De un modo inocente, casi sin darme cuenta, la inspiración se manifestaba, convirtiéndose en una vocación: contar historias.
En la década de los setenta le preguntaron a Tim Curry por qué decidió ser actor, a lo que respondió que para él «La realidad no parecía ser suficiente».
Ese empeño por ir más allá era justo lo que yo anhelaba.
La creatividad aflora, así que pones tu ilusión en formarte e ignoras lo incierto. El optimismo calla a los que tratan de convencerte de que la competencia es demasiado voraz, que sin dinero ni contactos estás perdida.
Desde pequeños nos venden el concepto del éxito pero no nos preparan para el fracaso. Tras muchos intentos fallidos empiezas a dudar de todo, incluso de tu talento. Y los demonios se ciernen sobre ti.
Como le pasa a la protagonista de la primera novela que he escrito.
Pero, milagrosamente, algo te saca a flote. En mi caso, averiguar quien fue Jonathan Larson al ver la película TICK, TICK… BOOM!
Si el miedo toma el control me repito que no puedo ser tan egoísta, porque solo una muerte prematura logró detener a Jonathan.
El arte es nuestro refugio, un salvavidas que da forma a preciosos sueños y terribles pesadillas.
Cuando los estímulos regresaron, comprobé que percibía cosas que el bloqueo me había impedido detectar. Que tus ideas cobren sentido es lo más gratificante que puede suceder, al margen de inseguridades y frustraciones; solo por eso merece la pena.
Aquellos a quienes admiramos nos marcan eternamente. Mencionaré tres ejemplos:
- El momento en que mis padres me pusieron el VHS de PESADILLA ANTES DE NAVIDAD siendo una niña.
- En la adolescencia, al quedarme pegada frente al televisor viendo el videoclip de WELCOME TO THE BLACK PARADE.
- Al descubrir el musical THE ROCKY HORROR PICTURE SHOW y la novela IT, durante los años universitarios.
De esas experiencias nacería la primera parte de una trilogía de ciencia ficción fantástica a la que titulé LA BALADA DEL VÓRTICE. Una transición del formato audiovisual al literario que me permite expresar todo aquello en lo que creo.
Con ella quiero inspirar a los lectores y transmitirles que, por difícil que parezca, nuestras aspiraciones son realizables si nos ceñimos a un requisito fundamental:
NO DEJAR DE INTENTARLO
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